Según Tom Brookes, miembro del Comité Ejecutivo de la Fundación Europea por el Clima, es indispensable el rol de la filantropía para hacer frente a la crisis climática. Para el 2030, la humanidad tendrá dos posibles caminos que elegir: uno hacia la sustentabilidad, reparando y protegiendo el ecosistema, y otro hacia la sexta extinción masiva.
Cuando se habla de crisis climática, es importante comprender que este es un fenómeno que afecta transversalmente todas las esferas de la vida. Las implicaciones de la crisis climática ponen al descubierto los problemas de cada comunidad temática: desde los derechos humanos y los derechos de la mujer hasta la educación y la salud pública, desde la migración y la inclusión hasta el desarrollo y la gobernanza, la justicia racial y la equidad, todos los sectores de la sociedad civil se verán afectados. Ante un ecosistema en colapso, las diferencias en privilegios, poder y recursos se agravarán. Sin embargo, según Brookes, la caótica coyuntura actual se presenta como un momento muy valioso para reflexionar y tomar conciencia sobre el lugar que tenemos en este mundo como individuos, comunidades y sociedades; como parte del ecosistema.
Desde la sociedad civil hay intentos de asociarse, desarrollar una estrategia conjunta y combinar fuerzas en muchas organizaciones. Si bien parece haber consenso en relación a la meta final, el camino hacia un trabajo organizado y transversal entre diferentes comunidades no es fácil. Es ahí donde entra en juego el rol de la filantropía como impulsor del cambio social hacia un planeta sano, articulando las respuestas y los recursos para crear una estrategia colaborativa.
En general, los actores de la sociedad civil trabajan en objetivos específicos según su esfera de influencia. Si bien esto permite obtener resultados concretos, no debería opacar la idea de que todo está conectado. Brookes comenta la necesidad de explorar las posibilidades de apoyarse mutuamente y crear un ola de cambio que involucre a todos. Para esto, debería entenderse cómo “las políticas para un planeta saludable también pueden convertirse en políticas para una sociedad saludable, y viceversa”. Son los filántropos quienes deberían asumir el liderazgo de este proceso, abriendo aún más los foros de debate y discusión a nuevos actores, entrelazando diversas comunidades temáticas. La acción unificada es indispensable.
El tiempo es escaso y el equilibrio del sistema climático se está perdiendo, así como también las especies y los ecosistemas del planeta. Para Brookes, el fin último no es salvar el planeta sino crear una visión de la sociedad, que hasta ahora nunca ha existido; vivir en armonía con la naturaleza, aceptar las diferencias, celebrar la igualdad y promover la paz. Así, la década del 2020 se presenta como un punto de inflexión para transformar nuestra realidad.
Para finalizar, Brookes eligió retomar las palabras de Margaret Mead, “nunca dudes de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo”, pero asegura que esta vez, si queremos lograr este cambio, se necesita un grupo grande de personas caminando juntos hacia el mismo objetivo.
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